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A lo largo de la Historia, pocos hombres han tenido en sus manos el destino de todo un pueblo. Temístocles, el constructor de naves, fue uno de ellos. Atenas no es más que una semilla de lo que será su futura gloria y el gran experimento de la democracia tan sólo tiene unos años de edad. Temístocles y Arístides dominan la política de la ciudad y el futuro es brillante y prometedor. Pero todo ello parece condenado a desaparecer bajo el yugo medo. Las invencibles tropas del imperio persa se aprestan a invadir la península griega. Su amo, el Gran Rey Jerjes, está deseoso de borrar ese enclave de libertad en los márgenes de sus posesiones. Las siempre individualistas polis griegas se muestran divididas, temerosas, incapaces de presentar un frente unido. Temístocles deberá usar hasta el último ápice de su afamada astucia si la civilización griega quiere tener alguna esperanza de sobrevivir en este choque frontal entre libertad y tiranía, entre independencia y servidumbre.